DIÁLOGO.

¿Profesores o porros?                                                        

Mateo Calvillo Paz.

Sacerdote.

Mateo CalvilloAmiga, amigo lector, tú ¿qué piensas? ¿los chiquillos malcriados, desordenados, perversos tienen derecho a sentarse con los que sí estudian? No, porque el estudio se hace imposible y se pierde todo el grupo.

Hay grupos de maestros que han adoptado conductas reprobables. Grupos de “democráticos” irrumpieron en las escuelas que inauguraban el año escolar y lo impidieron. Es posible que alguno de ellos les parezca una gracia lo que es un acto perverso, inmaduro, destructor.

A otros presuntos profes se les ha visto amontonados, amotinados en la Ciudad de México, tomando avenidas, instituciones, hasta un hospital, poniendo en riesgo la vida de inocentes, causando cuantiosas pérdidas a los comerciantes.

Tienen conducta no de docentes sino de porros, de salvajes en lo que éstos tienen de atrasados e inhumanos.

Son profesores de la CNTE, una organización minoritaria, en Michoacán son más numerosos. Son una pequeña minoría en comparación con el grupo magisterial y la gran población mexicana.

Más allá de las poses y discursos de profesores sofistas, sembradas de contradicciones, ¿qué quieren en el fondo? A la sombra de movimientos sindicales corruptos que perdieron su objetivo y su razón de ser, defienden sus privilegios clientelares, pretenden el control de las estructuras educativas, coartando la libertad de enseñanza de verdaderos profesores y directores. Así lo señala el documento de los obispos Educar.

Están en contra de una educación de calidad, de la educación misma. Tan es así, que no presentan sus verdaderas intenciones a las bases, les mienten, lo mismo que a los padres de familia y a la sociedad.

En el fondo proceden con doblez, mienten a la sociedad, se mienten a sí mismos. Probablemente han caído en su juego de mentira y ya ni siquiera se dan cuenta de su falta de verdad.

Los psicólogos detectan ahí un problema de integridad personal y señalan la ausencia de una personalidad sana, honesta, que vale por sí misma.

El maestro lo es por todo, su ser y su actuar, no se trata solamente de tener un título vano y una chamba. Debe ser apóstol, entregado en cuerpo y alma, con generosidad y pasión a su nobilísima tarea: la formación de las nuevas generaciones.

Deben dar su mejor esfuerzo y todo su tiempo, más allá de los horarios de clases que no deben interrumpirse ni por reuniones sindicales ni de padres de familia. De ahí depende la aparición de hombres renovados y del mundo nuevo que deseamos, sin corrupción ni  injusticia.

Descuidan sus verdaderos privilegios preciosos ante la sociedad que les confía la persona de los chicos, primer valor que dan sentido a la nación, su más valioso tesoro.

Prefieren sus ventajas materiales: plazas automáticas, sin importar si tienen la idoneidad, que puedan heredar a los suyos aunque no tengan vocación, como asalariadas en un trabajo fácil, sin responsabilidad ni compromiso.

En los discursos ellos se justifican y tratan de “envolvernos”, en los hechos se conducen como vándalos. Así se descalifican a sí mismos como educadores y como negociadores en materia de educación.

Sus hechos les quitan sus derechos. Deben de estar en el salón, totalmente ocupados con los niños, cubriendo todas las horas de todos los días, cumpliendo todos los programas, dando lo mejor de sí mismos con amor, entrega, abnegación, desprendimiento.

Hay chiquillos malcriados, insoportables, que ponen de cabeza el salón, que no están ahí para estudiar. Estos no tienen derecho a sentarse con los demás que sí estudian, se superan, se hacen hombres verdaderos, merecen el diez, los privilegios y el premio.

Aquéllos merecen que se les apliquen las medidas eficaces para restablecer el orden y cumplir la tarea importantísima e irrenunciable de educar. No se atenta contra sus derechos humanos, sólo se procede contra sus violaciones a la ley, restableciendo el estado de derecho. Que no se confundan los falsamente llamados “democráticos” ni las autoridades responsables de tutelar el orden público y hacer valer los derechos. La ley es un valor universal, no negociable.

Los profes deben responder por sus hechos y reparar los daños: negocios frustrados, pérdidas millonarias de los comerciantes, atropellos contra ciudadanos inocentes, muertos y enfermedades agravadas si es el caso en el atropello contra un hospital. Deben ser sancionados.

Si nos quedamos en los discursos buscando un diálogo de sordos no avanzaremos y la situación se complica y deteriora. Es tiempo de actuar, es necesaria la acción. Hay que aplicar la ley, que tiene una fuerza para someter a los rijosos que no entienden de otra manera.

El hombre es capaz de maldad, la practica. Sin ley y sin autoridad firme, comprometida con el pueblo no con los infractores, la vida social es imposible. Hay refranes muy sabios: la ley se cumple, no se discute; lex dura, sed lex, afirmaban los romanos.

Es tiempo de que el cuerpo social, la ciudadanía ponga en su lugar a perturbadores del estado de derecho. Le asiste el derecho para exigir a la autoridad para que aplique la ley por sobre todas las cosas, sin debilidad ni componendas con los infractores.

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